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Netflix arrienda a un ‘El Vecino’ muy distinto al personaje del cómic

Quim Gutiérrez también influye en la creación de un nuevo Javier. (Fuente: Netflix)

Alguna crítica que otra ha recibido El vecino, de Netflix, y descollan entre ellas las reseñas de callejón sin salida. Las que están, desde su misma formulación, abocadas al atranco: que si el cómic no era así o que si la serie debería ser asá. El metraje, inevitablemente marcado por un Nacho Vigalondo desenfadado tras las cámaras al que siguen Paco Caballero, Ginesta Guindal y Víctor García León, está en un polo tonal opuesto al excelente cómic de Santiago García y Pepo Pérez que adapta.

El pastoreo de los intérpretes por lugares mucho menos áridos que los estados deprimentes de los personajes del tebeo, bastante sesudo frente a la serie, y la decisión de convertir su historia lineal en una interesante revisión de la sitcom pueden, y deben, haber sido agentes cruciales en la decepción del espectador que venía de la viñeta. Sin embargo, el distanciamiento es casi mayor en su núcleo, raíz de casi todos los discursos que articula El vecino: un Javier interpretado por un Quim Gutiérrez sembrado que, sin embargo, se inserta en un régimen humorístico incompatible con el arquetipo construido en 2004 para el papel; un Javier que tiene un trabajo muy diferente, que vive en otro lugar, que es distinto.

La cuestión de quién es ese vecino al que se refieren los títulos del tebeo y de la serie (que han creado Miguel Esteban y Raúl Navarro, con Carlos de Pando y Sara Antuña como productores ejecutivos) es tan banal como juguetona. Cuál de los dos primeros personajes en entrar en contacto con Titán, ese revulsivo de la cotidianidad, es el que ve su vida más afectada por el agente externo y cuál ve pasar la aventura desde una mirilla: José Ramón o Javier. Porque al principio del tebeo no está tan claro. De hecho, en sus primeras páginas no es el primero, sino el segundo, el que está convencido de que el secreto debe seguir siendo tal, mientras que, en la serie, es Javier el que no comprende por qué hay que esconder algo tan maravilloso, para espanto de José Ramón.

Los personajes del tebeo, más grises que sus pachorrudos homólogos audiovisuales, no serían lo que son sin su escenario. El barrio rodado, que tanto se reivindica en la serie y que pertenece, según mis pesquisas, a un núcleo al oeste de Carabanchel (aunque es perfectamente intercambiable por alguna zona pobre, inmigrante y/o estudiante de las ciudades dormitorio del cinturón sur de Madrid), no es el mismo que el dibujado.

La traducción del lugar, en su aspecto espacial, cultural e incluso táctil, es ligeramente distinta al original, con horizontes más homogéneos y opresivos y algo más lejos del Retiro (y, por tanto, del acaudalado y gentrificado centro), en el que en el cómic parecen plantarse con apenas un par de pasos. La atmósfera de precariedad, eso sí, se respira tanto en la serie como en las viñetas, que esconden una riquísima escena en la que José Ramón duda entre dos marcas de detergente en el súper del barrio para, al final, decidirse por la más barata.

Periodista o camarero

Puesto a punto el nuevo decorado, la serie despieza y reelabora también la historia que ambienta, cambiando el orden de los acontecimientos. Javier es muy distinto, y no todo es obra de Quim Gutiérrez: mientras que en el tebeo es un periodista del que se dice que tenía un gran potencial antes de que Titán aterrizara en su vida, el protagonista de la historia de Netflix es camarero, una profesión con un capital cultural y simbólico bastante menor, lo que atenúa la sensación de caída en desgracia del personaje (que alcanza un cero absoluto en el frío segundo volumen del cómic) para convertirlo en un pasota que ya partía desde abajo antes de enfundarse el traje rojo.

El otro rasgo determinante en la progresión del relato y en la personalidad de Javier es la mentira, muy frontal, descarada y chorra en la serie, en concordancia con el cambio de tono que se busca. El cómic, por su parte, introduce las trápalas de Javi de una forma mucho más traumática. Las páginas no recogen en orden cronológico el momento en el que recibe sus poderes, sino que se muestra en un relato interno que abre el personaje para que José Ramón conozca su origen. Como narrador diegético, Javier rememora su primera batalla en la piel de Titán y, por el camino, incurre en varias hipérboles e incongruencias en las que el propio José Ramón repara, incomodando a lector y personajes por igual.

Las primeras zancadas de la adaptación de Netflix dibujan así, y sin mucho disimulo, un tablero algo distinto del material original, con personajes que llegan al mismo punto por caminos diferentes y un escenario que matiza ligeramente la denuncia, en la que la serie se hace fuerte. Enfocarla como se enfocaría el cómic, además de complicado, es disonante. La alegría de la adaptación está ahí, en el regocijo paradójico de poder disfrutar de nuevo y por primera vez, al tiempo, de El vecino, y en la consagración de la obra de Santiago García y Pepo Pérez como una narración más grande que sí misma, algo que sin duda merecía.

La primera temporada de ‘El Vecino’ está disponible completa bajo demanda en Netflix.

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