Llegó como la salvadora de series canceladas por otros, se forjó una imagen como la «plataforma amiga», pero luego se afloró la realidad: conforme Netflix crecía, se rendía al juego de las estadísticas de visionados, rentabilidad y cancelaciones (aunque los espectadores no tengamos esos datos). Netflix cancelaba series como cualquier otra cadena tradicional o incluso más; ha llegado a robarle a FOX la fama de inmisericorde canceladora. GLOW, Día a día, Mindhunter, Todo es una mierda, The OA o Tuca & Bertie han sido algunos de los títulos que más daño han hecho entre sus suscriptores al pasar por la guillotina.
Todos los títulos mancionados tenían algo en común: no eran malas series y, aunque no se convirtieron en bombazos mainstream (a la vista de sus datos no parecieron suficientes a la plataforma para continuarlas) llegaron a un público específico que las quiso mucho, amén de que eran ficciones que todavía tenían un gran potencial por explorar. La decisión de terminarlas fue puramente comercial y no creativa; ni mucho menos estaban agotadas. Y esa es la mayor pena que puede sentir un espectador devoto, la sensación de que todavía quedaba un largo camino que recorrer junto a unos personajes que se desvanecen. Hay vida más allá de la primera o la segunda temporada.
A diferencia de aquellas, Sex Education sí ha tenido posibilidad de crecer. Es cierto que su éxito fue incuestionable desde el principio (según la empresa, 40 millones de hogares vieron la primera temporada, mientras que de la segunda no dieron datos) y eso le dio la llave de la renovación, pero el equipo creativo ha demostrado que estaban a la altura de las expectativas. Lejos de desinflarse, la ficción británica ha ido mejorando año a año, explorando el sexo adolescente desde el humor, pero también tocando temas sociales importantes con una sensibilidad especial. Pero lo mejor de esta tercera temporada de Sex Education es que tiene la oportunidad de dar espacio a personajes que antes, por falta de tiempo, se habían quedado en un esbozo o un cliché.
Mientras continúan las historias de Otis, Maeve, Jean o Eric, vemos que Adam, Ruby, Isaac, Rahim o incluso Michael pueden ser mucho más que personajes instrumentales o de fondo. La historia de Aimee y la agresión sexual, quizás la más importante de la serie, no termina en la escena de sororidad de la segunda temporada: más allá de eso, la serie sigue trabajando sobre sus consecuencias a medio y largo plazo, apuntando que el trauma no es algo que se quite en un momento. A su vez, aparecen otros igualmente interesantes (el descubrimiento de esta tercera temporada es, desde luego, Cal) y tenemos la sensación de que queda mucho por explorar en el universo de Moordale. Si no fuera porque los actores empiezan a parecer mayores para interpretar adolescentes, hay riqueza narrativa para muchas temporadas.
Lo triste es que Sex Education parece la excepción. Salvo casos puntuales (La casa de papel, The Crown, Big Mouth y alguna más), las series de Netflix de cuño reciente rara vez sobrepasan la segunda o tercera temporada. El ciclo actual para sus originales de primera liga parece el siguiente: la primera se lanza a bombo y platillo (si hay suerte y no se tira al catálogo sin previo aviso), en la segunda decae la cosa y se renueva para una tercera temporada final, si no es que se cancela antes por las bravas. Maldita, La marquesa, Grand Army, Los irregulares, Dos balas muy perdidas o Papá, córtate un poco son ejemplos de series que no han pasado de su primera temporada (algunas es posible que ni les suenen a muchos usuarios). Por supuesto, hay cancelaciones que responden a la calidad del producto (no hace falta que vean Brews Brothers, por ejemplo), pero otras son víctimas de la rapidez con la que sucede todo en la empresa de streaming.
Pudiéramos pensar que, como las series de Netflix cada uno las ve cuando quiere, su valor reside en que tienen el potencial de ser disfrutadas en el día de su estreno o meses después; que no son esclavas del día-evento como pasaba en la televisión lineal. Pero en contra de ese razonamiento, para Netflix lo que importa son los datos de las primeras semanas de una serie en el catálogo: si no funciona en sus dos primeros fines de semana, tiene todas las papeletas para ser cancelada. Y así, el goteo, el boca a boca y los fenómenos que crecen poco a poco se dan rara vez. Para cuando la recomendación hace efecto, puede estar ya cancelada y la plataforma centrando sus esfuerzos comunicativos (sea en redes sociales, sea en lo que te ofrece el algoritmo cuando abres la aplicación) en el siguiente producto. El margen es escaso. Pocas series pueden florecer como Sex Education.