(Fuente: Movistar+/Netflix)
Antes de que Los Bridgerton llegase a Netflix, varios medios norteamericanos se tomaron la molestia de escribir sobre lo que esta ficción de época podría mejorar, y aprender, de otra serie en la que el romance y el sexo eran fundamentales en el devenir de la historia de sus protagonistas, pero ambientada siglos atrás: Outlander. Tal vez fue que ambas eran adaptaciones literarias de novelas subidas de tono, o tal vez fueron los bellos intérpretes que lo iban a llevar a cabo lo que inspiró la necesidad de esos textos. Para mí, esos consejos eran, y son, innecesarios porque si por algo se ha caracterizado la producción que en España podemos ver en Movistar+ es por lo puro y bonito de la relación de sus protagonistas. Y eso es difícil de mejorar.
Tras el estreno de Los Bridgerton, nadie se ha preocupado por si aquellos consejos eran acertados o necesarios, y los más entusiastas de la serie producida por Shonda Rhimes se han lanzado a proclamar a los cuatro vientos que el romance entre Daphne y Simon era uno de los mejores de la ficción televisiva reciente. Y sus encuentros sexuales, poco menos que un manual del buen amante. Parece que la memoria seriéfila es corta cuando una producción te da toda la emoción, la intriga, las crisis matrimoniales y los reencuentros que el espectador más entusiasta es capaz de soportar y aplaudir. Eso y que el nicho en el que la audiencia se sitúe es fundamental a la hora de comparar producciones y proclamar vencedoras. Y quien aquí escribe cree que, tanto a nivel romántico como sexual, Los Bridgerton no le llega a la suela del zapato a Outlander.
(Fuente: Netflix)
Obviando las cuatro temporadas que separan a ambas producciones, que en el desarrollo de una pareja son un mundo, la relación entre Claire y Jaime es mucho más sincera y sana que la de los protagonista de la serie de Netflix. Aunque en Outlander la boda de sus protagonistas sea un compromiso obligado para mantener a la “sanadora” en Escocia, y que no la reclame el ejército de su país, desde el momento en el que se encuentran en el bosque la química entre ambos es evidente y su amor mutuo no hace más que crecer. En cambio, la relación de Simon y Daphne nace de una engañosa alianza, deriva en una amistad y finalmente se convierte en un enamoramiento, pero este es desigual. Y mientras que la mayor de los Bridgerton bebe los vientos por el conde, este se siente coartado por sus traumas y sus promesas. Y son estas últimas las que lo estropean todo.
Porque cuando las miradas y las manos agarradas durante el paseo dan paso a la intimidad de la alcoba, el guapísimo Simon, ese que chupa tan bien las cucharas y no tiene reparos a la hora de susurrar consejos sobre la autosatisfacción, se convierte en un tipo egoísta que es incapaz de explicarle a la persona que le ama que no está dispuesto a tener descendencia. Y no solo no lo hace si no que, desde el momento en el que la boda es una posibilidad, utiliza incorrectamente un verbo para no revelar su egoísmo. Porque sus recelos matrimoniales se asientan en el “no puedo tener hijos” cuando en realidad es “no quiero tener hijos”. Y, como no puede resistirse a los encantos de Daphne, decide seguir adelante con la relación, pero también con sus planes. Mientras le es posible, se aprovecha de la falta de conocimientos de su esposa, hasta que ella descubre cómo se hacen los niños.
(Fuente: Movistar+)
Aunque ambas relaciones nos han permitido ver más carne que muchas otras producciones juntas y han animado sus diálogos con gemidos de todo tipo y volumen son opuestas en muchos sentidos. En Outlander, quien llega virgen al matrimonio es él, en Los Bridgerton lo es ella. En la producción escocesa la noche de bodas comienza siendo un desastre por que él se siente presionado por el banquete que ha dejado escaleras abajo y el soñado momento es un pequeño, y veloz, desastre. Afortunadamente, la confianza que hay entre ambos hace que compartan sus impresiones sobre la experiencia y sientan la curiosidad y el deseo de mejorarla poco después. Dos veces.
En Los Bridgerton, la discordia llega de la mano de ella, que siente que su esperado y ansiado esposo está demasiado distante y no parece muy dispuesto a cumplir con sus obligaciones maritales. Y cuando finalmente las aguas se calman y ambos asumen las dificultades del otro se olvidan de la cena que les espera en el comedor y dan rienda suelta a su deseo. Y lo hacen con una secuencia en la que, como sus predecesores, también conceden tiempo al arte de desnudar al otro y a mirarse con deseo, pero que es mucho menos carnal que la escocesa y su principal atractivo reside en ver cómo el duque le recuerda a su esposa aquello que le dijo de tocarse y le pide que le enseñe cómo lo hace y le diga en qué piensa cuando lo hace. Después, se echa a un lado, no vaya a ser que la semillita se le escape. De la silla que aparece en medio de la escena para difuminar la consumación del matrimonio mejor no hablamos.
(Fuente: Netflix)
En los días siguientes al revolcón que inauguró ambos matrimonios, Claire y Jaime aprovechan la horizontalidad del campo y las inacabables noches en una habitación poco iluminada para conocerse mejor psicológica y físicamente. El duque y la duquesa, por su parte, se sirven de las enormes posibilidades que ofrece un palacio para mostrar a la audiencia que una escalera, un escritorio o la entrada de un edificio contiguo son lugares tan buenos como cualquier otro para practicar sexo. Pero el duque sigue echándose a un lado en el momento de la consumación, porque antes del placer de llegar al orgasmo a la vez, o consecutivamente, están las promesas.
Cuando la buena de Daphne aprende la lección que su madre no le dio es ella quien toma las riendas del encuentro sexual y lleva a Simon a donde no quería llegar. Es curioso que muchos espectadores se han planteado que esto fuese una agresión sexual, que en el libro está escrito de otra manera, sin valorar el peso del engaño al que ella se ha visto sometida, entre otros matices. Y es entonces cuando la desconfianza se expresa y regresan los problemas al recién estrenado matrimonio.
(Fuente: Movistar+)
Claire y Jaime no llegan a este momento por varias razones: la descendencia no es una preocupación, ella no vive en un mar de dudas sexuales y él es un hombre que ama con devoción a su admirada nueva esposa. Pero, sobre todo, ninguno de ellos esconde secretos que puedan hacer daño al otro, su relación es franca y el enamoramiento entre ambos no deja de crecer a cada momento. Y por eso el sexo de Outlander es mucho mejor que el de Los Bridgerton. Porque la calidad del sexo no depende de los escenarios en los que tenga lugar si no en el tipo de relación que lleve a él. El sexo está muy bien, pero el sexo con amor siempre es mucho mejor.