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‘Valeria’ solo se ha inspirado en su original literario, y eso no basta

(Fuente: Netflix)

En 2013, Elísabet Benavent saltaba a la fama literaria por su obra autopublicada En los zapatos de Valeria, y con ella comenzaba una de las sagas de literatura romántica española que más fama (y ventas) ha cosechado. La semana pasada, Netflix estrenaba la adaptación seriéfila de Valeria y los espectadores podíamos satisfacer nuestra curiosidad morbosa por ver cómo se trasladaba la historia a la pantalla.

Como ya pasó con A tres metros sobre el cielo (título también autopublicado en su origen, por cierto), la necesidad de modernización de la narración ha provocado que su versión televisiva esté inspirada en la genuina, pero no sea una traslación literal. Lo que en principio suena razonable, hasta una oportunidad, y se ha ejemplarizado con casos casi evidentes como el uso de las tecnologías de sus protagonistas, hace que la libertad de cambios haya acabado modificando cosas básicas de sus caracteres.

Y es que la Valeria original es una tipa trabajadora que, tras lograr publicar su primera novela, vio cómo se convirtió en un éxito que le permitió plantearse la posibilidad de abandonar su trabajo y dedicarse exclusivamente a la literatura gracias al acuerdo de su segunda obra ya vendida. El punto de partida era algo complicado, cualquiera que conozca un poco el mercado editorial español sabe lo difícil que es vivir únicamente de escribir. Pero, con todo, no es un arranque imposible, entra en ese margen permitido de imaginación.

En la serie, en cambio, Valeria es algo parecido a una vendemotos que ha logrado un contrato de publicación con una editorial únicamente por haber ganado una convocatoria de cuentos y que, un mes después de la fecha de entrega del primer borrador, no tiene claro ni qué genero va a escribir. No pensaba que Valeria se convertiría en una obra de fantasía, la verdad. Es solo un ejemplo, pero es un buen ejemplo porque delata la falta de consistencia que se le reclama a muchas de las decisiones de la nueva historia.

(Fuente: Netflix)

El enorme éxito de la saga es perfectamente entendible: ofrece un producto coherente en el que enfrenta a su protagonista al estancamiento en su matrimonio, evidenciado por conocer a alguien nuevo. Además, lo hace con dos casos extremos. Mientras que su marido se ha convertido en alguien con quien apenas se relaciona y con quien ha perdido toda conexión y necesidad de comunicación, Víctor entra en su vida y le remueve las tripas irracionalmente. Es de ese tipo de personas que nublan la razón y hace que solo desee comprobar hasta dónde llega esa complicidad entre ambos, un instinto casi animal que se nota en cada guiño que se dedican. No es que él sea un ligón (que también), es que es el candidato perfecto para un largo encierro y llega en el momento en que ella tiene mayor necesidad de despertar.

La novela explica claramente el punto de partida, una crisis creativa, un momento gris en la vida personal y algo que lo pone todo patas arriba y le hace desear descubrir nuevos géneros en su pluma y en sus entrañas. La serie, en cambio, muestra a una persona que no se apoya en su marido (pese a que él lo reclama) y que empieza a juguetear con muchas cosas de una forma algo irresponsable (su trabajo, su pareja, esa nueva persona). Lo que antes era la tormenta perfecta ahora es una forma bastante antojosa de funcionar.

Y algo parecido sucede con muchas de las decisiones de cambio que se han tomado. La esencia de En los zapatos de Valeria no la veo ni en su protagonista ni en el resto de los personajes. Y es una lástima. Se pierde el aire de desesperación que tenía el original y que justificaba muchas de las formas de comportarse. Pero no es lo único que hemos dejado atrás.

(Fuente: Netflix)

La obra de Elísabet Benavent es sexual. No únicamente por lo explícito de su narración (que también), es que los gestos que se dedican Valeria y Víctor son obscenos incluso cuando aparentemente no sucede nada; vuelvo a hacer referencia a una atracción animal que impregnaba cada tontería de sudor y deseo. De todo esto, en la adaptación seriéfila no encontramos nada. Hay sexo, pechos y carne (que no penes, por cierto, aunque ya han sido pedidos), pero le falta obscenidad. Es algo frío y perfecto, sin mordiscos ni gemidos permanentes, que es precisamente lo que Víctor trae a su vida.

El resultado es una obra entretenida pero algo irrelevante que difícilmente llegará a ser el fenómeno visual en el que se podría haber convertido. Es una oportunidad perdida de aprovechar el distanciamiento de la obra literaria para separarse de algunos de sus referentes y lograr su propio discurso (pienso especialmente en Sexo en Nueva York), uno más actual, desinhibido y fresco.

La primera temporada de ‘Valeria’ está disponible en Netflix.

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