(Fuente: Netflix, HBO España)
Dentro de unos años, la generación que ya no ve la televisión, no cree en los medios de comunicación y ha encontrado en Tik-Tok y Youtube todo lo que necesita para estar conectada con el mundo tendrá que sumar un nuevo cambio a la lista de transformaciones vitales que trae el fin de la adolescencia. Porque quienes hoy luchan con las hormonas, el pavo y las espinillas tienen en la ficción televisiva un espejo más diverso y abundante del que tuvieron las generaciones previas. Y de las etapas que les quedan por vivir. Pero cuando dejen atrás la adolescencia, las bebidas energéticas azucaradas y rocen la mayoría de edad tendrán que asumir que, al igual que para sus padres, para las plataformas ya no son unos niños que hay que mimar y cuidar y la ficción dejará de ocuparse de ellos como si fuesen el centro del universo.
Grand Army, Betty, The Wilds, Yo nunca, We are who we are, Alex Rider… En 2020 se estrenaron más de una treintena de producciones centradas en el universo adolescente. Desde los pasillos de los institutos a las aventuras propias de las vacaciones, pasando por el mundo del espionaje o las islas desiertas, la ficción audiovisual ha multiplicado su apuesta por las historias de los más jóvenes hasta límites que hace poco parecían impensables. Es algo en lo que han influido varios factores que podrían resumirse en un planteamiento eminentemente comercial: si tus clientes comen hamburguesas dales hamburguesas, pero aprovecha las posibilidades que te dan la diversidad de ingredientes, de carnes y de panes.
(Fuente: Amazon Prime)
La desbordante oferta televisiva juvenil está provocada, en su origen, por la diversidad de plataformas a las que podemos acceder hoy en día. Las últimas en incorporarse a la lista han aprendido de las más veteranas y todas quieren contar con una, o varias, ficciones dirigidas al público que ha proporcionado grandes éxitos a los nuevos proveedores de ficción serielizada y ha hecho de ellos un elemento vital en su vida diaria. A diferencia de aquellos que tienen unos años más y todavía son capaces de aceptar el compromiso horario que impone la programación televisiva convencional, los adolescentes confían su entretenimiento audiovisual a las posibilidades que les ofrezca su tableta o su teléfono móvil. Y es un compromiso que las compañías están dispuestas a corresponder ofreciendo contenidos adaptados a los gustos y preferencias de sus clientes más fieles y consumistas. Amazon Prime, por ejemplo, después de fracasar estrepistosamente con dos comedias dirigidas al público juvenil este año ha estrenado Alex Rider y The Wilds. Y no podemos descartar que la imagen de marca de la compañía había rejuvenecido unos cuantos años después de sus exitosos estrenos.
A este pacto, que no hace más que reafirmarse con la aparición de cada nueva plataforma, hay que sumar la diversidad que ha abrazado la ficción televisiva. Y al igual que hoy están más presentes en las series de televisión protagonistas de géneros, razas, orientaciones e identidades que hace no tanto quedaban en los márgenes, las producciones adolescentes han sabido ver la importancia de crear ficciones en las que todos sus espectadores puedan reconocerse. Y así han llegado a los catálogos historias que podría parecer que ya se han contado de no ser por la importancia de los orígenes de sus protagonistas (On the block), la desazón que les produce pertenecer a dos culturas diferentes (Yo nunca) o la dificultad de sentirse diferente en un mundo heteronormativo (Betty). Una diversidad que, además, no se vive igual en las costas estadounidenses, en Reino Unido o en Italia y que, como bien sabe Guadagnino (We Are Who We Are), se puede explotar desde cada uno de esos prismas.
(Fuente: HBO España)
Para contar estas historias, los guionistas han aprovechado la libertad creativa que proporcionan las plataformas, algo impensable en una televisión convencional que siempre ha sido juzgada con recelo por organismos que querían mantener a los adolescentes lejos del lado más oscuro de la vida. Y aunque hay quien siempre se va mantener en la narrativa más blanca e inocente, en el que las drogas, el sexo y los improperios no tienen cabida, son más los que abrazan esa vertiente que horroriza a cualquier padre pero resulta más realista, y atrayente, para los espectadores más jóvenes. Esa que, como Euphoria o Grand Army, cuenta que la adolescencia es un camino en el que el deseo de experimentar es más fuerte que cualquier otro.
Las plataformas y los creadores también se han aprovechado de esa alianza no escrita que les empuja a centrar sus historias en la adolescencia. Porque sus protagonistas se encuentran inmersos en esa etapa de la vida en la que prácticamente cualquier cosa es posible, algo que ofrece enormes posibilidades a la hora de narrar una historia. La inmadurez, la inestabilidad emocional y la falta de experiencia vital son una especie de carta blanca a la hora de llevar a los personajes adolescentes a tomar decisiones impensables en cualquier otra etapa vital pero muy convenientes a la hora de desarrollar una historia. Especialmente si, como en The Society o The Rain, el fin del mundo o cualquiera de sus catastróficas variables narrativas se acercan. Algo que además los guionistas explotan con la tranquilidad que da saber que, por lo general, el público objetivo al que se dirige la historia es un consumidor más tolerante y menos dado a la crítica que cualquier otro.
(Fuente: HBO)
Lejos de terminarse, las producciones adolescentes seguirán siendo una de las bases más importantes de los nuevos proyectos de las plataformas de streaming y, como vimos el año pasado, de algunas cadenas de la televisión convencional. Y aunque quedan muchos géneros, y universos, por explorar, la adolescencia es lo que es, salvo eufóricas excepciones. Por lo que parece poco probable que este matrimonio tan bien avenido y fructífero vaya a experimentar grandes cambios o darnos alguna sorpresa próximamente.
Sin embargo, como cualquier pareja ejemplar, creadores y compañías deberían evaluar el futuro de una relación por la que, como todas, pasarán los años y llegarán los cambios. Y si los jóvenes pudieron contar con ellos cuando su pequeño universo estudiantil y familiar se transformaba, no estaría mal que estuviesen ahí cuando llegue el momento en el que la vida adulta ya esté más cerca que la niñez. Esa (todavía) juventud en la que, como insistían en contarnos hace no tanto, lo más habitual era vivir con amigos y compartir con ellos las alegrías y las penas, los momentos de ocio, las bodas y los funerales. Esa etapa en la que la supervivencia y la independencia se convierten en la mayor, y más difícil, aventura.