(Fuente: NBC)
Hace unos días, Marta Kauffman, una de las creadoras de Friends, reconoció en una charla virtual del ATX Festival -en la que se habló de la necesidad de facilitar la inclusión de guionistas negros en la industria- que en su momento no hizo lo suficiente por promover la diversidad delante y detrás de cámaras en la serie de NBC: “Ojalá hubiese sabido entonces lo que sé hoy. Habría tomado decisiones diferentes”.
La reacción de algunas personas ante estas declaraciones ha sido a la defensiva como, si de alguna manera, el reconocimiento por parte de Kauffman de que algo se podía haber hecho mejor fuera un ataque personal a los que nos gusta la serie. No lo es. Nadie está intentando destruir vuestra infancia o adolescencia. Nadie está diciendo que haya que cancelar Friends porque es racista. Y, lo más importante, la cosa, una vez más, y como siempre, no va sobre cada uno de vosotros.
Desde el estreno de Friends, han pasado ya casi tres décadas en las que ha cambiado la forma de hacer, de consumir y de analizar los productos audiovisuales. Que hoy usemos las herramientas de análisis que tenemos a nuestra disposición, y el ojo crítico que nos permite identificar las situaciones problemáticas que vemos en pantalla, no es algo negativo; todo lo contrario, es una muestra de que hemos crecido como sociedad.
Alycia Debnam-Carey fue Lexa en ‘Los 100’. (Fuente: The CW)
No hace falta ir a la década de los 90. Si Jason Rothenberg supiera lo que sabe hoy, la trama de Lexa en Los 100, seguramente, se habría resuelto de otra forma. Emilia Clarke dijo que “Si Juego de tronos se hubiese rodado hoy, todo habría sido muy diferente”. Si los responsables de la serie supieran lo que saben hoy, seguramente, habrían planteado algunas escenas de Daenerys, Sansa y Cersei de forma muy distinta. O eso me gustaría pensar. En cualquier caso, si imaginamos que puede ser posible es gracias a las conversaciones sociales que han generado los espectadores que han sido críticos con esas representaciones.
El panorama de la ficción televisiva de hace diez años, con contadas excepciones, seguía siendo tan blanco y heteronormativo como el de Friends. Es en los últimos cuatro años cuando la tele ha empezado a abrir las puertas a la diversidad y nos ha permitido disfrutar de series como Vida, Día a día, Insecure, Atlanta, Queridos blancos o Ramy. Es después del #MeToo cuando los que escriben y dirigen series se han concienciado de que las violaciones no son un recurso de guion, que las historias trans no pueden estar ancladas en la narrativa de la violencia contra los cuerpos, y que en los sets de rodaje era necesario establecer protocolos para que los actores se sintieran seguros en las escenas de intimidad.
La reflexión de Kauffman no es oportunista; es justa, necesaria, y también muy sencilla. Ojalá yo hubiese sabido lo que sé hoy cuando tenía 16 años. O el año pasado. Creo que todos podemos identificarnos con eso. Aprender, desaprender y deconstruirnos es lo que nos hace mejores o, al menos, nos ayuda a seguir intentándolo.
Que los que crean ficción sean conscientes de ello es una señal de que vamos por buen camino. Señalar lo que podría hacerse mejor despierta conciencias y tiene un poder transformador para cambiar la sociedad a partir de los referentes que se construyen en la pantalla. Las obras culturales son un reflejo de la sociedad en la que se producen, y así hay que valorarlas, pero la forma en que las interpretamos cambia conforme cambiamos nosotros.