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‘The Politician’ es una tragedia clásica disfrazada de mamarrachez

El personaje de Ricardo es una de las claves en la teatralidad de la serie. (Fuente: Netflix)

Sorprenderse de que The Politician es mamarracha no tiene sentido. A poco que uno conozca a la mente detrás de ella, Ryan Murphy, puede imaginarse por dónde van los tiros. Sin embargo, es cierto que la serie protagonizada por un estupendo Ben Platt (Dando la nota), que puede verse en Netflix, es tan telenovelesca que podría espantar a cierto público. Sus escenarios, sus interpretaciones exageradas, sus temas… Algo tiene. Pero no hay que dejarse engañar: eso no significa que no sea compleja. De hecho, es tan tragedia clásica como culebrón.

Si ya habéis pasado por las críticas de Álvaro Onieva (con y sin spoilers, a elegir), sabréis un poco de qué va la cosa. El politician en cuestión es Payton Hobart, un ricachón estudiante de instituto que está convencido de que será presidente de los Estados Unidos, y para ello tiene trazado todo un plan de vida. El siguiente paso: hacerse con la presidencia del cuerpo estudiantil de su centro. A lo largo de la serie vemos a Payton alzarse y caer en esa montaña rusa hacia el poder que imita los derrapes de la esfera política norteamericana. Tan excéntricos ellos.

En esa tesitura coloca Murphy una puesta en escena que, como decía arriba, casi recuerda a una telenovela. El creador tiene una impronta clara (maravillosa en tanto petarda, no me entendáis mal), pero aquí se conjugan una serie de elementos en un sistema que adquiere sin dificultad la forma de un dramón de fincas, herencias y bramidos sobreactuados. Esta revisión y mezcla de géneros interesantísima puede repeler a los más delicados; y a ellos les digo: no sufráis. The Politican tiene tanto de excentricidad camp (perdón por la etiqueta, Ryan) como de tragedia shakespeariana.

Payton Hobart: Un animal político

Hay quien argumenta, intentando colgarle el sambenito de la frivolidad, que The Politican en realidad no es política; pero no podría serlo más. Payton, además de un burgués repelente, es un ser puramente político. Es el zoon politikón de Aristóteles, que no es si no se organiza en sociedad. La angustia existencial que revela el personaje (y que canaliza magistralmente Platt) cuando explica a la directora del instituto que ha hecho lo que ha hecho porque él “es político” no es mero capricho; es la pura esencia, el destino, de Payton. Sin la política, no es Payton Hobart. No es nada.

La terminología grecolatina se amolda muy bien a la serie. Payton es tan político que, por mucho dolor que la campaña escolar le haya causado, su náusea parece aún mayor en ese último episodio en el que ha dejado su vida atrás. Su fatum, su trágico destino inevitable, es morir en la guerra del eslogan. Nosotros podemos sentirlo hacia los últimos episodios de la temporada, pero él se embarca igual de ilusionado en esa nueva carrera por Nueva York. Y ahí está el drama: estar condenado a sufrir sin saberlo.

Este final circular, que coloca al protagonista en un eterno retorno del que podemos imaginarnos que no saldrá precisamente bien parado, se va presagiando horas antes. Cuando el personaje de Gwyneth Paltrow, madre de Payton, subasta todas sus joyas, no gestiona las ganancias de cualquier manera: dona el dinero a una asociación de víctimas de ese Munchausen by proxy que sufre Infinity. Podría verse como un gesto reparador cualquiera, pero a efectos prácticos es un fútil intento de lavado de cara (o de conciencia) para Payton. Por muchas nuevas vidas que se prometan, aquí nadie deja atrás nada de lo ocurrido. Y eso sugiere la imposibilidad de hacerlo nunca.

El talento político de Payton Hobart es también su maldición. (Fuente: Netflix)

‘Hamlet’, por Ryan Murphy

Esas finas pinceladas trágicas (más asociadas a menudo con el teatro posmoderno que con una sucesora de Glee) se alimentan con una trama que, según avanzan los capítulos, se va revistiendo cada vez más de libreto de Shakespeare. En ese doble episodio maravilloso cohabitan el envenenamiento de un príncipe heredero, suicidios, intrigas familiares, muertes por accidente, discursos histriónicos… Solo falta cambiar los looks de Paltrow por corsés para convertir la California de Murphy en los escenarios del bardo inglés.

En esa última trama sobre la tristemente perdida tradición de los estadounidenses de asesinar a sus presidentes se hace verdadera justicia a dos de los personajes que más se ajustan a este análisis: Nana y Ricardo. La convergencia de esas dos galaxias absurdas e incontenibles en la escena del (otro) disparo no puede obedecer al simple ridículo: es teatralidad. Y una teatralidad medida con cautela que se extiende a toda la serie, si se la mira de lejos. Incluso hay una catarsis, por la que el héroe descansa de su carga y se purifica, en esa charla con River a las puertas del cielo. Ahora sabemos que la preciosa canción que le cantaba en el primer episodio no era solo pose. Era puro dolor.

¿Qué es lo trágico aquí, entonces? Que nada de esto ha servido para nada. La inercia arrastra a Payton una vez más, y la mayor alteración en su carrera al infierno es el número de acompañantes. Con el genial personaje de Andrew (Ryan J. Haddad) como recordatorio, único vidente dentro de la caverna en la que viven estos flipados, la opereta sigue su curso hacia una nueva caída. El final del séptimo episodio habría sido un verdadero cierre; incluso sonó la canción de cabecera de Sufjan Stevens como marca de fin de ciclo. Pero la tragedia de Payton Hobart no se ha acabado. No mientras haya política por hacer.

La primera temporada de ‘The Politician’ está disponible completa bajo demanda en Netflix.

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