Hasta 2016, cuando llegó la expansión mundial de Netflix y con ella la popularización del atracón seriéfilo, las series de televisión se consumían cuando la cadena de turno te lo permitía. Había que estar a una hora frente al televisor, dedicarle un tiempo en el que iban incluidas las pausas publicitarias de rigor y, al terminar el episodio, quedarse con el suspense que la ficción quisiese crear. Al día siguiente llegabas al trabajo o te juntabas con tus amigas y comentabais vuestras impresiones sin saber lo que os deparaba la ficción la semana que viene. Y no se acababa el mundo. Ni se acabó durante las décadas anteriores, porque así era como se veía la televisión.
Desde la llegada de las plataformas nos convertimos en programadores y nos olvidamos del calendario y del reloj, tanto a la hora de verlo cuando quisiéramos como para disfrutarlo cuanto deseásemos. Y dormimos menos, porque “otro capítulo solo son 30 o 40 o 50 minutos más y ya descansaré cuando me muera”. Y al día siguiente te cruzabas con alguien que tenía más fuerza de voluntad que tú y mantenías una conversación absurda sin saber de lo que podías hablar, porque el ritmo de visionado que te habías impuesto no lo sigue cualquier mortal. O tu interlocutor ya había visto la temporada completa y tú tratabas de interpretar sus gestos, su sonrisa cuando hablabas de un personaje, su mirada cuando te referías a una trama.
Afortunadamente, cuando las plataformas comenzaron a multiplicarse y su oferta se volvió inabarcable, nadie estableció que el streaming estaba obligado a lanzar el estreno de turno con temporadas completas. Y es un vacío contractual que Movistar+ y Disney+ han querido aprovechar, la primera para algunos de sus lanzamientos, la segunda para sus nuevas producciones propias. Así hemos podido disfrutar de Mira lo que has hecho, The Mandalorian o, más recientemente, Hierro y Bruja Escarlata y Visión semana tras semana, cuando queramos pero esperando siete días para saber lo que nos depara nuestra nueva adicción televisiva. El regreso al consumo tradicional es positivo en numerosos aspectos y, sin embargo, tiene muchos y muy ruidosos detractores.
“Oigo a mogollón de gente que está súper enfadada con esta cosa de que las plataformas no cuelguen todos los capítulos. No sé, es como cuando tu haces una ensaladilla rusa y tienes que pelar las patatas, las judías, hervir los huevos y la pones a la venta y viene un señor y te dice póngamela toda que me la quiero llevar. Y dices, oye, con lo que me ha costado hacerla, quiero venderla en platitos chiquititos. Entonces, no os enfurruñéis”. Así trataba de calmar los ánimos Candela Peña con un vídeo en redes una semana después del estreno de la segunda temporada de Hierro, cuando muchos descubrieron que la degustación de esta producción criminal canaria iba a ser más pausada de lo habitual.
La metáfora gastronómica no le sirvió de mucho a la actriz -no hay más que ver las respuestas al tuit con el vídeo que puso Movistar-, quizá porque cuando estás sentado en tu sofá te preocupa poco eso de “las plataformas tienen que seguir haciendo cosas para que vosotros sigáis disfrutando”. No obstante, la emisión semanal es una buena noticia para las plataformas porque, como explicó la actriz, extiendes la duración de la ensaladilla y consigues que más gente hable de ella más tiempo que si se la lleva el señor del atracón. O lo que es lo mismo, consigues trascender y ser algo más que un pasatiempo pasajero y fugaz.
También es una buena noticia para los medios, porque pueden crear contenido específico de cada episodio, profundizando en algunas tramas o temas y sin arriesgarse a “spoilear” nada. Y para la audiencia, porque tiene una razón para esperar con ganas un día de la semana, puede comentarla sin miedo a arruinar, o arruinarse, la experiencia y va a mantenerla en su memoria, y entre sus preocupaciones, mucho más que si la consumiese en modo atracón.
Para cuando Candela Peña trató de razonar con los espectadores más ansiosos, Disney+ ya llevaba siete semanas emitiendo Bruja Escarlata, a razón de un capítulo cada viernes. Y durante ese periodo de tiempo fue bonito despertarse y encontrar mensajes en las redes sociales de gente que había hecho el esfuerzo de madrugar para no correr riesgos innecesarios a lo largo del día, que tenía programada la sesión de noche con su cena favorita o que la había disfrutado ya y expresaba lo mucho que le había gustado y la satisfacción que le había producido el último capítulo. Era algo que hacía tiempo que no se veía con tanta fidelidad, tanto cariño y tanto esfuerzo.
El viernes llegó el desenlace de la serie protagonizada por Elizabeth Olsen y, más allá de spoileadores y spoileados, había un regimiento de personas quejándose de que la emisión semanal tenía la culpa de que sus expectativas no se habían cumplido después de ver el último episodio, porque había tenido mucho tiempo para pensar en él. Los inconvenientes de la vida misma trasladados a la experiencia televisiva: la sensación de fraude porque invertiste horas imaginando algo que no dependía de ti, el enfado infantil porque el guionista de turno no apostó por el final que tú habías planificado.
La llegada de las temporadas completas, y el consiguiente atracón, ha acentuado el egoísmo del espectador y ha exacerbado las ínfulas del cliente, esas que nacen desde el momento en el que pagas algo por un servicio. Ahora lo queremos todo y lo queremos ya, por culpa de una ansiedad televisiva que nos impide disfrutar de las cosas y solo piensa en sumar un título más a tu lista, enviar unos mensajes a tu grupo de WhatsApp y preguntar cuál es la próxima víctima de la voracidad de visionado.
Pero también hay quien se ha quejado de que los episodios semanales son un problema porque, en esta época, hay una cultura de fanáticos masiva en línea. No como cuando emitieron Perdidos y los espectadores más entusiastas, a falta de redes sociales, recurría a los foros. Aquellos (muchos) también quedaron decepcionados, pero probablemente no cambien esa sensación de fiasco final por las semanas que pasaron frente al ordenador siendo partícipes de una preocupación que compartían con personas que no conocían y les ofrecieron puntos de vista que no se habían planteado o, simplemente, les hacían ver de otra manera esa serie de la que tanto disfrutaban. Yo tampoco.
Porque las series pueden ser buenas, muy buenas o muy malas, las temporadas pueden emitirse al completo o racionarse, pero lo mejor de ser aficionado a las series de televisión es saber que, cuando termines, al otro lado del teléfono o del ordenador, vas a encontrar a alguien con intercambiar impresiones. Ver series es algo que puedes hacer en la soledad de tu casa pero que, de una u otra forma, terminas compartiendo con alguien. Y la emisión semanal facilita mucho más esto que las temporadas completas vistas a discreción.
Y si no estás de acuerdo, porque en tu casa no te enseñaron que las cosas no llegan cuando tú quieres, y te sientes estafada/o porque tú lo que quieres es verla entera, pues te esperas a que acaben de emitir todos los episodios y te los ves de un tirón. Que le ponéis pegas a todo.