Primero fue un lugar al que llevar a los protagonistas de una comedia para crear tramas que sacasen punta al choque cultural, sin preocuparse por los inconvenientes del idioma. Ross se casó en Londres y Leslie Knope recogió un premio en la misma ciudad. Después, llegó el encanto de su particular carácter a través de dos de los detectives más carismáticos de la televisión británica en la segunda década de este siglo, Sherlock Holmes y Luther. A estos les siguió el terror psicológico de Black Mirror, la irrefrenable atracción por las series de época y las producciones que gustaban tanto que se adaptaban para que la audiencia más longeva no tuviese que preocuparse por ese peculiar acento.
Y cuando ya quedaba poco por hacer, y la admiración de la industria audiovisual norteamericana por su homóloga británica estaba más que clara, llegaron las plataformas de streaming, que miraban más allá que las cadenas convencionales y proponían contenidos internacionales para audiencias mundiales. Era la excusa perfecta para dejar atrás los paisajes cosmopolitas de la sobrexplotada Nueva York y trasladarse a otra ciudad de relevancia e interés similar, Londres.
La capital inglesa se ha convertido, en los últimos años, en el escenario de numerosas series de televisión que no surgieron exclusivamente del empeño de las cadenas británicas. La solvencia demostrada de su industria, la diversidad de sus barrios y los incentivos que ofrece la ciudad (y el país) para fomentar los rodajes en sus calles son algunas de las razones por las que Londres parece haberle robado la escenificación de la urbanidad que durante décadas ha ostentado Nueva York.
El ejemplo más evidente del traslado del audiovisual y la globalización de la ficción son Industry y Devils, dos producciones centradas en la bolsa que hace no tanto se habrían ambientado en el núcleo de la economía mundial más reconocible, Wall Street. Y, sin embargo, escogieron la todopoderosa City para desarrollar historias de agentes de banca y todopoderosos directores generales que se desviven por abrirse un hueco, o reinar, en el difícil mundo de las finanzas.
Entre los últimos estrenos ambientados en la ciudad a la que cantaron grupos como The Clash o Pet Shop Boys se encuentran producciones tan dispares como Ted Lasso, centrada en un entrenador de fútbol, o It’s a Sin, que viaja en el tiempo para narrar la crisis del sida en los años ochenta. Pero ahí está siempre Londres, con sus volantes en el lado contrario de (casi) toda la humanidad, su Támesis dividiendo la ciudad y sus viviendas victorianas añadiendo pompa y cierto carácter histórico a la vista.
En Netflix han debido de encontrar el encanto del té de las cinco y han confiado en la ciudad más que cualquier otra plataforma. Y tras el éxito de Guardaespaldas apostaron por Londres para otras series criminales coproducidas con la BBC, como Collateral. Pero su creación londinense más conocida es también la más exitosa y aunque, por razones obvias, The Crown no podría haberse rodado en otra ciudad, no por ello resulta menos chocante que la mejor serie histórica que se rueda en Gran Bretaña en la actualidad llegue de la mano de una plataforma estadounidense. La misma que se ha encargado de revitalizar el interés por las series de época y las ha acercado a un público más joven de lo habitual con uno de sus últimos pelotazos, Los Bridgerton, aunque en ella hay menos Londres de lo que podría parecer inicialmente.
Con Gangs of London descubrimos el lado oscuro de la ciudad a través de una historia que podía recordarnos a Peaky Blinders, al Chicago de los años veinte o al Nueva York del Bronx. Las referencias podían ser muchas pero la multiculturalidad que se vive en las calles de Londres fue la excusa perfecta para rodar una serie en la que mafiosos de diversas nacionalidades se lucran extendiendo sus negocios sobre la, otras veces prestigiosa, City financiera. Su retrato no es precisamente favorecedor, pero confirma una versatilidad de escenarios que solo está al alcance de las ciudades más grandes.
Más allá de la admiración profesional o el encanto de sus casas, sus calles y su acento, una de las razones más determinantes para que Londres se haya convertido en el nuevo Nueva York, son los incentivos que desde 2007 la ciudad ofrece a los rodajes. Es algo que la industria cinematográfica supo ver antes que su hermana televisiva y que le llevó a dejar atrás Hollywood para rodar allí producciones con elenco estadounidense, en la que lo mismo daba estar en Camden o en Chelsea que en el centro de Los Ángeles.
Desgravaciones fiscales del 25% o el reembolso del caché de los intérpretes son algunos de los beneficios a los que las producciones televisivas pueden aspirar si ruedan en Londres y cumplen todos los requisitos necesarios. Cifras que, con matices, se pueden encontrar en otros países europeos pero que les permiten contar además con la profesionalidad de estudios, proveedores y trabajadores experimentados, tanto en el carácter técnico como el interpretativo. Y sin tener que preocuparse por perderse en la traducción.
Killing Eve, Penny Dreadful o Harlots son otros ejemplos de la alianza audiovisual británico-estadounidense en la que Londres se ha convertido en el escenario perfecto, ya sea por razones creativas o económicas. Esta fiebre londinense no parece que vaya a detenerse en un futuro cercano ya que, sin ir más lejos, este mes Netflix estrenará Los irregulares y en abril llegará a HBO The Nevers. Y entre los planes de la industria británica está seguir proporcionándonos producciones que nos ofrezcan nuevos puntos de vista de las calles que vieron sufrir y reír a la adorada Fleabag. En una época como esta, en la que no podemos coger un avión y hacer una escapada de fin de semana al siempre apetecible Londres, nos parece algo estupendo disfrutar de una ciudad tan sorprendente y heterogénea desde la comodidad del salón de nuestra casa.